Querid@ coleccionista,
Ante los días de descanso que tenemos a la vuelta de la esquina, un coleccionista me pedía ayer que le recomendara un libro de vinos para leer esta Semana Santa. En el número dos del podio de las pasiones de muchos de los que somos unos frikis del comer y del beber suele estar la lectura de libros de vinos y de cocina, así que no me extraña que tú también seas un aficionado a coleccionar libros de gastronomía, cartas de restaurantes o alguna que otra guía Michelin. Al fin y al cabo, sucede lo mismo que con la nevera de vinos. Los bibliófilos no podemos evitar mantener las estanterías de libros como si fueran pequeños altares y, de paso, que los vean las visitas. No me digas que nunca le has enseñado con orgullo tu vinoteca a nadie porque no te creo.
El libro que acabé sugiriendo, ideal para tenerlo a mano en las estanterías de cualquier bibliófilo que además coleccione vinos, es una novela corta, casi, casi, autobiográfica en la que la autora es una apasionada del champagne y como no quiere beber sola, busca compañía para beber. No sé a ti, pero a mi sinceramente para unos pocos días de relax, no me apetece ponerme con algo super técnico y las características de los suelos de la Champagne, por ejemplo, no son demasiado sexys que digamos. En cambio, la idea de acompañar una copa de champagne al atardecer con las páginas de una buena novela me parece todo un planazo.
Pétronille de Amélie Nothomb es un libro que va sobre el champagne, sobre Francia y sobre la amistad entre dos mujeres de dos mundos opuestos que nada más conocerse lo celebran descorchando un Brut Premier de Roederer. Un libro que rinde homenaje a los lectores y a los libreros, pero también al mundo editorial y a las penurias que pasan muchos autores para acabar siendo publicados.
Pétronille es el libro número 23 de esta escritora belga que saca un libro por año y desde que en su novela Ordeno y mando menciona el champagne por primera vez, concretamente con Krug, Veuve Clicquot y Dom Pérignon, además de Roederer, no ha dejado de hablar de ellos en todas sus novelas.
«¿Por qué champán? Porque la embriaguez que produce no se parece a ninguna otra. Cada alcohol tiene su particular nivel de pegada; el champán es uno de los únicos que no suscitan metáforas groseras. Provoca que el alma se eleve hacia lo que debió de ser la condición de hidalgo en la época en la que esta hermosa palabra aún tenía sentido. Hace que te vuelvas gracioso, ligero y profundo a la vez, desinteresado, exalta el amor y, cuando el amor te abandona, confiere elegancia a la pérdida. Por todas estas razones me pareció que podía sacarle un provecho mucho mayor a este elixir.»
A Nothomb, nacida en Japón e hija del embajador de Bélgica en el país del sol naciente, le gusta recordar como sus padres servían Laurent Perrier en las recepciones de la embajada y ya de bien pequeña; nada más y nada menos que con 3 años, siempre se lo dejaban probar. Es de la cultura japonesa que esta escritora de best-sellers adopta la costumbre de acercarse al champagne como una ceremonia para la que hay que prepararse y de ahí su ritual:
No beber champagne a diario, pero si hacerlo día sí y día no.
Ayunar durante el todo día hasta el momento de descorchar una botella de champagne en los días en los que si se bebe.
No basta con tener sed, hay que estar verdaderamente hambriento para beber champagne ya que así se estimulan las papilas gustativas.
«No hay nada más lamentable que esa gente que, en el momento de probar un gran vino, exige «comer algo»: es un insulto a la comida y todavía más a la bebida. «Si no, me pongo piripi», farfullan, poniéndose aún más en evidencia. Me dan ganas de sugerirles que dejen de mirar a las chicas guapas: correrían el riesgo de quedar hechizados.
Beber intentando evitar la embriaguez resulta tan deshonroso como escuchar música sacra protegiéndose contra el sentimiento de lo sublime.»
Fascinada y obsesionada por las grandes añadas, la preferida de Amélie Nothomb era la 1976 hasta que probó la 2003 y se enamoró perdidamente de ella. En ambas ocasiones éstas eran añadas de Dom Pérignon y pesar de que no lo bebe con toda la frecuencia que le gustaría, es Dom Pérignon y más concretamente Dom Pérignon 2003, el champagne de su vida.
De hecho, cuando el crítico de vinos americano Antonio Galloni trabajaba todavía para Robert Parker, decía que la añada 2003 de Dom Pérignon era uno de los champagnes más insólitos que había probado en su vida, que probablemente en 20 años esa añada iba a ser considerada icónica y que no le extrañaría que siguiera estando en su apogeo hasta el año 2040. Lo explicaba él con el suficiente criterio que da el haber tenido el lujo de probar todas las añadas de Dom Pérignon desde la 1952.
Aun siendo la cosecha del 2003 extremadamente calurosa y adelantándose la vendimia, dadas las altísimas temperaturas que se sufrieron en ese mes de agosto, el Chef de Cave Richard Geoffroy se arriesgó y decidió elaborar el Dom Pérignon del 2003. Aunque muchos de los vinos legendarios del mundo se han elaborado a partir de añadas consideradas anormales en su momento, hay que tener en cuenta que durante los años 28 años en los que Geoffroy estuvo ejerciendo como Chef de Cave en Dom Pérignon, esa inclinación suya hacia el riesgo lo llevó siempre a crear champagnes que dejarán huella en la historia de la Champagne. Concretamente Geoffroy elaboró la añada 2003 con más Pinot Noir de lo habitual y la pensó para que aquellos que supieran tener paciencia la pudieran disfrutar algún día.
Galloni afirmaba además que, aun sin tener la potencia de la añada 2002 ni la seducción de la 2000, la 2003 cuenta con su propia personalidad y que ni mucho menos es un champagne para tímidos. No es de extrañar entonces que alguien como Amélie Nothomb, que parece que de tímida tiene más bien poco, haya caído rendida a sus pies…
Querid@ coleccionista, si después de haber leído Petronille a tu vuelta de la Semana Santa te entran unas ganas locas de beberte un champagne de una gran añada, echa un vistazo aquí.
¡Salud!
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