Querid@ coleccionista:
En una de las columnas que Colette escribió entre 1938 y 1940 para la revista Marie-Claire decía:
«Nacemos disfrutones. El verdadero gourmet es aquel que se deleita tanto con una rebanada de pan con mantequilla como con una langosta a la parrilla, siempre y cuando la mantequilla sea fina y el pan esté bien amasado».
Apasionada de la gastronomía en general y de los platos y vinos de su Borgoña natal en particular, Sidonie-Gabrielle Colette, una de las más prolíficas y célebres escritoras francesas, escribía sobre vinos y gastronomía, tal y como lo hacían otros muchos escritores de su época, pero tratándose de una escritora y no de un escritor, el saber elegir, catar y apreciar el vino era algo poco común para una mujer de principios del siglo XX.
Repetía una y otra vez «j’aime être gourmande» y escribir sobre el comer y el beber era una de sus muchas maneras de mostrar su emancipación como mujer ganando terreno en el campo gastronómico que, por aquel entonces, estaba reservado a los hombres. De hecho, se hizo fotografiar cocinando, cortando pan, comiendo y bebiendo para reivindicar el disfrute de la mujer ante un plato o ante un vino y afirmaba que si hubiera tenido un hijo le hubiera advertido que desconfiara de aquella chica a la que no le gustara ni el vino, ni las trufas, ni el queso, ni la música.
Pionera en rechazar las limitaciones que se ejercían sobre la vida y el cuerpo femenino, en sus relatos hablaba de la identidad de género, del aborto o de la violencia doméstica y defendía la libertad de ser uno mismo y también la de ser completamente diferente. A pesar de todos los obstáculos personales y sociales que tuvo que superar, fue alguien que hizo todo lo que le vino en gana. Además de escritora y, durante cinco años, primera mujer presidenta de la Academia Goncourt, fue bailarina, actriz, periodista y hasta vendedora de productos de belleza, pero, ante todo, fue una amante de la vida por lo que la independencia, la sensualidad e incluso la gula siempre estuvieron presentes en su obra.
«Solo escribo bien cuando estoy bien alimentada»
La debilidad de Colette era el pan con mantequilla y lo consideraba la base en la que poder comer todas sus eclécticas meriendas; desde pepinillos con tocino, mermelada de frambuesa con fresas blancas, judías pintas en salsa de vino tinto o rebozuelos y níscalos con chicharrones. Una rebanada de pan recién cortada con mantequilla fresca y un buen trozo de queso por encima era para ella el mejor de los manjares. Una delicia que, según contaba, le salvó la vida cuando estando muy enferma con 5 años, el médico de la familia le había prescrito una dieta restrictiva en la que se le prohibía el queso y solo comiendo Camembert empezó a notar mejoría y terminó curándose.
Atraída por los sabores y los olores potentes desde temprana edad, fue desarrollando un olfato tan fino que esta completamente segura de poder haber sido un perro de caza.
Cuando solo tenía 3 años, su padre la introdujo en el mundo del vino dándole a probar el Muscat de Frontignan y su madre, Sido, continuó dándole vino para merendar durante su infancia y buena parte de su adolescencia para así fortalecerla ya que estaba convencida de que un poco de vino tonificaba a los niños, les hacía estar menos pálidos y les ayudaba en su crecimiento. Pero Sido no le daba a Colette cualquier vino, sino que quiso que su paladar fuera descubriendo algunos de los mejores vinos franceses como los Yquem o los Lafite y grand crus como los de Chambertin o de Corton.
«Mi madre volvía a poner el corcho en la botella empezada y orgullosa contemplaba en mis mejillas la gloria de los vinos franceses»
De tal palo tal astilla y Colette, en la línea de la medicina antigua tal y como lo hacía Sido, ponía en relieve los beneficios del vino para la salud y no perdía ocasión para alabar sus efectos reconstituyentes.
«¿Sabe qué tónico me recetan, entre las quininas, la quinolina, la quinidina? ¡Vino dulce una y otra vez! Estamos muy desprovistos del “tónico” dulce o no y aquí sigo pendiente de usted»
Le escribía a Lucien Brocard su proveedor de vinos en París, y el encargado de mantenerle llena la bodega durante los años de guerra, con quien mantuvo trece años de correspondencia entre pedidos y agradecimientos por sorprenderla con algunas añadas antiguas.
«Si pudiera ver lo mejor que estoy esta noche... ¡Un vino tinto encantador, tal como a mí me gusta! Y por último, un trozo de azúcar en el fondo del vaso: receta médica. Gracias por ayudarme una vez más y cuidarme»
Si bien solo tenía elogios al escribir sobre aquellas mesas en las que se comía con vino, defendía su consumo con moderación unido a la gastronomía y la buena compañía o, en ausencia de ella, saboreándolo a pequeños sorbos como se disfrutan los vinos de meditación.
«Es tarde y mi cena me espera. Esta noche no es una verdadera cena. Tengo algunas castañas grandes hervidas, un corazón de lechuga y, para terminar... un pequeño cuenco de terracota, lleno de vino joven, color rubí, endulzado con canela, ocho granos de pimienta y un solo clavo. Cuando lo vierta, mientras hierve, en un bol de paredes gruesas, colocaré sobre el vino humeante una tostada de pan casero, humedecida con buen aceite de oliva, y no le daré tiempo al pan a que pierda su consistencia crujiente. Esta sopa de vino es más vieja que Matusalén. ¿Qué si está buena? Pruébela señora. Y no se olvide de las castañas»
La receta de la sopa de vino fue una de las muchas sugerencias culinarias que dio a las lectoras de Marie-Claire, la publicación que antes de la Segunda Guerra Mundial ya había conquistado a más de un millón de mujeres jóvenes y activas y para la que, además de Colette, escribieron grandes nombres de la literatura contemporánea.
En la jerarquía de placeres de Colette el vino estaba en los primeros puestos y los de la Borgoña, en especial sus pinot noir, ocupaban un sitio de honor. Aunque se crió en Saint-Saveur-en -Puisaye, más cerca de Loira que de la Côte d’Or, donde se elaboraban los tintos que tanto le emocionaban, le gustaba hablar de esos otros vinos de su querida región como los «ligeros vinos de Treigny, de bonito color rubí, ligeramente malva, cuyas viñas no resistieron a la filoxera».
Viñedos que, por cierto, actualmente está recuperando una joven viticultora, Raphaëlle Guyot, quien después de haber trabajado para Vincent Pinard en Sancerre o para el Domaine Thibault Liger Belair en Nuits Saint-Georges, volvió hace unos años a Puisaye -su tierra y la de Colette- para empezar a elaborar extraordinariamente la pinot noir, pero también la chardonnay y la sauvignon blanc dada su proximidad a Sancerre.
Cosas de la vida, Colette estuvo conectada al vino desde que nació hasta que falleció. Si la calle a la que daba el jardín de la casa en la que pasó su infancia era la rue des Vignes, en la que vivió durante sus últimos años de vida, no podía ser otra que la rue Beaujolais, en el parisino Palais-Royal. Debajo de su casa en la calle Beaujolais, concretamente a unos 50 metros, se encontraba también en el Palais-Royal Le Grand Véfour, “el restaurante de diario” de Colette, en el que coincidía con Jean Cocteau, con Simone de Beauvoir o con Jean-Paul Sartre y al que, aun habiendo obtenido en 1953 las tres estrellas Michelin, le gustaba seguir visitando para debatir con su chef, y vecino, Raymond Oliver cuantos dientes de ajo debía meter en una liebre à la royale mientras él le preparaba un cassoulet para que -afortunada ella- se lo pudiera subir a comer en casa…
Aprovecho para contarte que la protagonista del club de lectura de The Foodie Studies de este mes de noviembre es Colette. El próximo lunes 20 de noviembre en el club hablaremos de Prisiones y paraísos una de sus obras escritas ya en su madurez, en 1932 , y una recopilación de textos que reúne los temas favoritos de la autora que revolucionó la literatura abordando cuestiones que aún siguen siendo tabú hoy en día. Si te suscribes, podrás compartir tus impresiones de ésta o de cualquiera de sus otras obras como por ejemplo J’aime être gourmande -sin traducción aún al español-, la antología de los 13 artículos sobre gastronomía que escribió para Marie Claire.
Y el próximo viernes más. Coincidiendo con la charla de vinos que mantengo cada final de mes con en la que, en esta ocasión, hablamos de la viña, te mandaré la segunda parte de «Me encanta ser una disfrutona» con esa faceta de Colette viticultora pero también sumiller.
Querid@ coleccionista, si como Colette tú también eres de alma disfrutona, aquí tienes una de las añadas antiguas de Yquem para que te des un homenaje en alguna de tus próximas meriendas.
¡Salud!
Cris
Para seguir leyendo historias en las que el vino siempre es el protagonista, suscríbete y recibirás esta carta en tu buzón.
Jajaja! Merci Albert, tot i que no t’endinsis en les seves novel.les, espero que alguns dels seus articles t’enganxin. Però espera, hauria de respondre’t així:
Monsieur Molins, li agraeixo les seves paraules però sobretot m’en alegro de que jo hagi aconseguit que Colette li cridi l’atenció. Salut i vi. Cris
Mademoiselle Silva, cada cop trobo que escriu millor, si em permet. I si us plau no ho interpreti com mansplainning. Res més lluny de la meva intenció. Buscaré el llibre de madame Colette. Em sembla que m’agradarà més que Miss MFK Fisher. Atentament i devota seu. Albert